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La vida a cachitos (Reflexión)

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Como decía el protagonista de Rocky, nadie pega tan duro como la vida. En mi juventud, disfrutaba de momentos de ocio, diversión, tristeza y, por supuesto, aburrimiento. Estos ratos de aburrimiento eran maravillosos para mí, ya que me permitían pensar en cosas que hacer, inventos que crear y, en general, usar mi imaginación.

Rápidamente, estos espacios de tiempo libre, llamados aburrimiento, fueron haciéndose cada vez más pequeños, y sin darme cuenta, en una vida llena de obligaciones y quehaceres, un día desaparecieron.

Esto solo fue el principio, porque en cuanto las “horas” de aburrimiento desaparecieron, no tardaron en desaparecer también los momentos de hobby. Esto chocó con una manía que tenía: si empezaba algo, tenía que terminarlo de inmediato. Si comenzaba un puzzle, debía completarlo en el día; si veía una serie, la devoraba de una vez. Esto se debía a que, cuando pasaba demasiado tiempo en un hobby o proyecto, dejaba de ser algo divertido para convertirse en una obligación, y al final, entre tantas, terminaba desechándolo.

Pasé unos años en un estado de querer y no poder; comenzaba cosas y no las podía terminar tan rápido como antes. Incluso algunas se antojaban lejanas: hobbies o proyectos de horas o días, relegados a largo plazo con una alta posibilidad de abandono, y eso me frustraba. Tareas sociales sencillas eran imposibles de agendar. Esta semana trabajo, la que viene no puedo, la otra ellos no pueden, y así un largo etcétera.

Antes, si quería quedar con amigos, solo tenía que esperar al viernes por la tarde. Ahora, tenía que programar encuentros con al menos tres semanas a un mes de antelación. Llegó el momento de tomar una decisión inevitable: si quería invertir tiempo en algún hobby, proyecto o vida social, tenía que fragmentar mi tiempo.

No me gustaba, pero no había otra opción. Si quería ver una película o una serie, debía hacerlo en fragmentos durante las horas de comida y antes de irme a dormir. Si quería programar algo, lo hacía por partes: un rato para dibujar el esquema, otro para diseñar los formularios y otro para la lógica. Si quería quedar con alguien, buscaba unos minutos para hablar chateando por WhatsApp. No era lo mismo, pero era mejor que perderlo para siempre. Y aunque no lo pierda definitivamente, todo se disuelve y se difumina; dejas de ver a los amigos, y en lugar de semanas, ahora son meses. Las películas ya no te emocionan como antes, de verlas en el cine con el móvil apagado a verlas a trocitos mientras comes, en una pantalla de 6 pulgadas con cascos. Se disuelven y se difuminan, y temo que un día se vayan para siempre.

La vida se ha vuelto rápida y caprichosa, pero también efímera; acelera conforme pasan los años. Este equilibrio entre los pequeños momentos de ocio y la vida llena de obligaciones se me antoja un infierno a largo plazo.

Y así estamos, aguantando los golpes de la vida, luchando por no convertirnos en esas personas conformistas que reman a favor de la corriente sin cuestionarse nada. Ovejas en una granja de ganado. Cada día me siento más oveja que cabra. Al final, está en nuestras manos darle una embestida a la vida, pero siento que he perdido y me han transformado. Oveja próxima, lejano cabrón.

Autor: David Gallego

Publicado: 2024-07-13